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lunes, 27 de noviembre de 2017

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Top Mejores historias de navidad cortas | Noesfake


Se acerca la navidad y no esta de mas saber algunas historias o cuentos en estas épocas a nuestros hijos, nietos, sobrinas y familia. Es por ello que te menciono una lista de 3 Mejores historias de navidad cortas para compartir en esta época:


Mi arbolito de Navidad

Una noche de navidad, una niña llamada paula se despertó de lo mas contenta. Por la tarde acordó que iría con su padre en búsqueda de un arbolito de navidad para ponerlo en el centro del salón y decorarlo de lo mas lindo posible. Fue suerte para ella que su padre accediera para acompañarlo, lo que indicaba que ya se estaba convirtiendo en una señorita. Cuando llegaron a la tienda, paula estaba muy entusiasmada al ver la variedad de arboles en diseños y tamaños. Un hombre corpulento se acerco para atenderlos y le pregunto al padre de paula. Señor encantado de que este en mi tienda ¿Que desea comprar para ayudarlo a elegir? El le respondió que estaba interesado en comprar un arbolito de navidad que no sea muy caro.

Lo que no sabia paula era que su padre estaba pasando por una situación económica difícil. A lo que paula responde a su padre. "Papa, quiero el arbolito mas grande y bonito de la tienda". 
Su padre para disimular y no darle un no rotundo, solo se limito a decirle que no tendrían tanto espacio y que mas lindo se vería un arbolito pequeño a tu altura para tu puedas decorarlo sin dificultad.

Paula se alegro y acepto, así fue que finalmente compraron un arbolito. Pequeño pero bonito, en la tarde paula recién pudo comprender por que su padre compro un arbolito pequeño.
Y sin decirle nada a su padre, se acerco a el y le dio un fuerte abrazo. Le dijo "Papa, tu eres para mi la alegría de mi vida, siempre que estemos juntos, pasare la mejor de las navidades"

La última navidad de Sofía


Un año más Sofía miraba por la ventana. La ciudad entera se preparaba para recibir la navidad, ella no. Sería una nochebuena como todas las anteriores. No recordaba una sola navidad feliz. Se veía a sí misma año tras año mirando la vida desde la ventana de su casa: niños correteando con sus regalos nuevos (teniendo esas infancias que ella no había podido disfrutar), familias cantando y riendo, y gente pasando horas y días espléndidos. Año tras año, la vida ocurría detrás de su ventana. Ahora, sentada en el salón de su casa, se preparaba para una navidad exacta a las anteriores. Las calles se hallaban invadidas de música y gritos de alegría. ¡Si hasta los gatos callejeros parecían esperar la navidad con más ansias que ella! Su profunda tristeza le impidió divisar la sombra que atravesando la ventana vino a ubicarse justo delante de donde ella se encontraba. Por eso, cuando esas manitas blancas y diminutas se posaron sobre su cabeza se sobresaltó violentamente.

 —¿Quién eres?
 —Puedo ayudarte.
 —Y ¿por qué habría de confiar en ti?
 —¿Porque no tienes muchas otras opciones?
 —¡Vete! —Está bien, veo que prefieres pasar unas nuevas navidades sola… El ser diminuto se disponía a marcharse cuando Sofía lo detuvo:
 —Espera… ¿Dices que puedes hacer algo para cambiar eso? —Ajam… —¿Y qué?
—Lo que yo haga no importa, el asunto es qué hagas tú. Puedes elegir continuar así muchos años más o vivir una última navidad feliz, como nunca la has vivido.

Sofía dudó. Habría pagado, incluso, si hubiera sido necesario… Sin pensarlo mucho, le dijo que aceptaba. Apenas terminó de hablar, el diminuto personaje desapareció, y ella se entristeció, cansada de seguir creyendo en espejismos.

El timbre de la casa sonaba sin cesar. Sofía se levantó y atendió. En su cabeza todavía flotaban los últimos acordes del sueño. Habían traído un enorme paquete para ella, y ¡llevaba su nombre! Nunca antes había recibido un regalo. Lo abrió embargada por la ilusión. La caja gigante estaba llena de papeles y tenía otra caja un poco más chica, pero con el mismo contenido. Comenzó a quitar papeles y cajas, como si de una cebolla se tratara, y cuando ya estaba rota de desilusión descubrió que la última era una cajita diminuta en la que había una invitación. “Sofía, te esperamos esta nochebuena para disfrutar de una velada única. No faltes. Tus amigos”.

No había recuerdos en el imaginario de Sofía que pudieran compararse con esa noche. Se sintió profundamente feliz y a gusto en medio de mucha gente que la saludaba de forma afectuosa y le deseaba una buena navidad. Y se olvidó de todos los años anteriores, solitarios y resecos.
Cuando los vecinos vieron el alto fuego que avanzaba hacia el techo de la casa de Sofía, llamaron a los bomberos. Pero, por mucho esfuerzo que pusieron todos, no pudieron hacer nada. Cuando los bomberos subieron a su dormitorio, encontraron a Sofía sonriendo, aún vestida de gala. Jamás se explicaron cómo había fallecido, teniendo en cuenta que la ventana de su dormitorio se hallaba entornada.

La Pequeña Cerillera

Era la última noche del año y mientras todas las familias se preparaban para sentarse a la mesa
rodeados de ricos manjares, en la calle estaba descalza ella: la joven vendedora de cerillas. La pobre llevaba el día entero en la calle, sus huesecitos estaban ateridos de frío por culpa de la nieve y lo peor de todo es que no había conseguido ni una sola moneda.

- ¡Cerillas, cerillas! ¿No quiere una cajita de cerillas señora?

Pero la mayoría pasaban por su lado sin tan siquiera mirarla. Cansada, se sentó en un rincón de la calle para guarecerse del frío. Tenía las manos enrojecidas y casi no podía ni moverlas. Entonces recordó que tenía el delantal lleno de cerillas y pensó que tal vez podía encender una para tratar de calentarse. La encendió con cuidado y observó la preciosa llama que surgió delante de sus ojos. De repente apareció en el salón de una casa en el que había una gran estufa que desprendía mucho calor ¡que bien se estaba allí! pero la cerilla se apagó rápido y la estufa desapareció con ella.

- Probaré con otra, pensó la niña.

En esta ocasión vio delante de ella una gran mesa repleta de comida y recordó los días que llevaba sin probar bocado. Alargó la mano hasta la mesa para tratar de llevarse algo a la boca y…. ¡zas! Se apagó la cerilla. Eran tan bonitas las cosas que veía cada vez que encendía una, que no se lo pensó dos veces y encendió una tercera cerilla. - ¡Oooohhh!, exclamó la niña con la boca abierta. Que árbol de

Navidad tan grande, y cuantas luces… ¡es precioso! Se acercó a una de ellas para verla bien y de golpe desapareció todo.

La pequeña cerilleraRápidamente buscó una nueva cerilla y volvió a encenderla. En esa ocasión apareció ante ella la persona a la que más había querido en el mundo: era su abuela.

- ¡Abuelita! ¡Qué ganas tenía de verte! ¿Qué haces aquí? No te vayas por favor, déjame que me vaya contigo. Te echo de menos… y consciente de que la cerilla que tenía en su pequeña mano estaba a punto de apagarse, la pequeña siguió encendiendo cerillas hasta que agotó todas las que le quedaban, instante en el cual la abuela cogió dulcemente a la niña de la mano y ambas desaparecieron felices.

La pequeña dejó de sentir frío y hambre y empezó a sentir una enorme felicidad dentro de sí.
A la mañana siguiente alguien pasó junto al mismo sitio en que la pequeña se había sentado y la encontró allí, rodeada de cerillas apagadas, inmóvil, helada por culpa del frío pero con una sonrisa inmensa en su cara.

- ¡Pobrecita!, exclamó al verla

Pero lo que no sabía nadie es que la pequeña se marchó feliz, de la mano de su abuelita, hacia un lugar mejor.

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